miércoles, 22 de marzo de 2017

SUEÑO FUNDACIONAL


Rodolfo Fortunatti

 

La junta de la Democracia Cristiana fijó un punto de inflexión en la política nacional. Ello, por el lugar dominante que ocupa la colectividad en el amplio arco de fuerzas. Está situada en la línea de frontera, o de fractura —como diría Huntington—, que separa a los dos grandes bloques. Los ajustes que ocurren en el seno de la DC irradian como ondas telúricas hacia la izquierda y la derecha.


No es casual que Francisco Chahuán haya declinado su candidatura en favor del expresidente Piñera, ni que Manuel José Ossandón se haya declarado dispuesto a competir en las primarias de Chile Vamos. No es tampoco fruto del azar que la Nueva Mayoría aspire a organizar su oferta parlamentaria en dos pactos electorales, especie de dispositivo de doble tracción preparado para fortificar los flancos que la amenazan por su derecha y por su izquierda. Ambos principios de cooperación sólo vienen a confirmar que la gran lucha de noviembre se librará una vez más entre las dos principales alianzas. Y éste es el efecto benevolente que se produjo el 11 de marzo: la certeza de que el domicilio político de la DC es la centroizquierda.

Atrás, perdiéndose entre el humo y la bruma, va quedando el sueño refundacional que prometía la competencia en primera vuelta, pues la idea de desmontar el actual sistema de partidos y coaliciones y de sustituirlo por otro, demostró que no tenía viabilidad. Y no porque su diseño estratégico buscara reeditar los tres tercios o abandonar los gobiernos de mayoría, sino porque el bipartidismo que pretendía instalar no forma parte de la cultura política falangista. Un régimen político de dos grandes coaliciones, con una fuerte socialdemocracia en la izquierda, y un poderoso centro reformista —al igual que la internacional—, con partidos de derecha liderados por la DC, es algo que no funciona en Chile.

La Junta Nacional avizoró los costos de esta transición. Vio que el proceso pasaba por agudizar la contradicción entre una candidatura presidencial que propugnaba la unidad de la centro-izquierda y un partido que, como sucedió en 1969 con Tomic, podía optar por el camino propio. Vio que en el mejor de los casos la DC sería relegada a un tercer lugar, pero que, a diferencia de 1970, cuando era el Parlamento quien zanjaba la segunda vuelta, no tendría injerencia en la definición final. Y vio que, después del caos, algunos se unirían a los triunfadores, como ocurrió en 2010, y otros se reagruparían en una nueva alianza de centro-izquierda, cuya constitución demoraría más, pero resultaría en una fuerza política más amplia y perfilada que la actual. Por todo esto la DC eligió el camino de los cambios graduales, vía que le permite sortear la crisis en gestación y evitar así su propio quiebre.