«Aldo Moro había chocado contra los que se
oponían a una apertura hacia la izquierda. En 1963 favoreció el primer gobierno
de los democristianos con los socialistas»
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Moro muerto. Con estas dos palabras comenzó, recuerdo, la crónica de Clarín de aquel terrible 9 de mayo de 1978, cuando el cadáver del presidente de la Democracia Cristiana fue encontrado en la vía Caetani, en el centro de Roma, a pocos pasos de la sede central de la DC y también del "palazzo" del partido Comunista. Muchos corrimos hacia allí pero no se podía pasar y fue por la televisión que vimos más tarde la parte de atrás de un coche Renault 4 rojo en el que yacía el gran estadista. El crimen había sido consumado por los asesinos de las Brigadas Rojas que decidieron su secuestro, el 16 de marzo.
Moro muerto. Con estas dos palabras comenzó, recuerdo, la crónica de Clarín de aquel terrible 9 de mayo de 1978, cuando el cadáver del presidente de la Democracia Cristiana fue encontrado en la vía Caetani, en el centro de Roma, a pocos pasos de la sede central de la DC y también del "palazzo" del partido Comunista. Muchos corrimos hacia allí pero no se podía pasar y fue por la televisión que vimos más tarde la parte de atrás de un coche Renault 4 rojo en el que yacía el gran estadista. El crimen había sido consumado por los asesinos de las Brigadas Rojas que decidieron su secuestro, el 16 de marzo.
Varios
nombres fueron dados a su asesino material, entre ellos el de Mario Moretti, el
jefe del comando que llevó a cabo el secuestro y el asesinato.
Moro, un
hombre bondadoso y un profeta desarmado, pasó 55 días de un sufrimiento
infinito en manos de los sicarios de las BR, una organización terrorista de
extrema izquierda, en un pequeño sucucho dentro de un departamento en vía
Montalcini, en cuyo garage fue ametrallado después que mansamente se acostó en
la parte de atrás del Renault rojo. El asesino que disparó el arma y quienes lo
acompañaban le habían dicho que estaban por liberarlo (Moro sonrió escéptico,
contó después uno de ellos) y lo taparon con una manta para no ver el horror
que estaban cometiendo.
Aquellos
fueron los días más largos y sombríos de la República italiana nacida de las
cenizas del fascismo y la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. El
trauma todavía hoy no ha sido superado, en particular porque el caso Moro sigue
emanando misterios nunca aclarados de manos negras que intervinieron en el
secuestro y que hicieron de todo para que Moro nunca fuera liberado. Hasta se
habló de la mano de la CIA.
El
contexto político de aquel crimen no es difícil de sintetizar y explica quiénes
querían verlo muerto y por qué. Aldo
Moro había chocado contra los que se oponían a una apertura hacia la izquierda.
En 1963 favoreció el primer gobierno de los democristianos con los socialistas.
En 1978, Moro lanzó la estrategia de la
"no desconfianza", mediante la cual, el gigantesco Partido Comunista
italiano conducido por Enrico Berlinguer —quien en 1973 promovió el
"compromiso histórico" con el partido católico preocupado por lo que
había pasado en el Chile de Salvador Allende— se abstuvo en el parlamento cuando pidió el voto de confianza un gobierno
presidido por Giulio Andreotti.
Moro
tenía 63 años e iba al Parlamento el 16 de marzo porque allí se iba a dar un
paso que resultaría, más adelante, fatal. El PCI de Berlinguer votaba a favor
de la confianza a Andreotti. Los cinco policías que lo escoltaban fueron
asesinados sin piedad en la vía Fani, cerca de su casa, después que el
presidente democristiano había asistido como todos los días a misa en su
parroquia.
En plena
Guerra Fría, los comunistas no podían ir al gobierno central italiano. EE.UU.
estaba dispuesto a usar cualquier medio para evitarlo. La DC debía gobernar, —y
lo hizo durante casi medio siglo, hasta 1989, cuando cayó el muro de Berlín— y
el PCI estaba condenado a la oposición.
Los extremistas de las Brigadas Rojas
creían que el arreglo entre la DC de Aldo Moro y el PCI de Berlinguer debían
ser combatidos porque significaban una traición y una entrega.
Las BR
secuestraron a Moro y manos misteriosas (fue acusada incluso la logia masónica
P2 de Licio Gelli) urdieron muchas conspiraciones que impidieron salvarlo.
Las
anécdotas y las maniobras de aquellos 55 días son infinitas. Moro escribió
muchas cartas desde su prisión y su martirio. La Democracia Cristiana, el gobierno Andreotti y el partido Comunista
de Berlinguer, alzaron la bandera de la intransigencia. "Con los
terroristas no se negocia", afirmaron. Tenían razón, en cambio, el jefe
socialista de entonces, Bettino Craxi, y el líder histórico democristiano
Amintore Fanfani, quienes sostenían: lo más importante es salvar la vida de
Moro, y por eso hay que negociar.
Las
Brigadas Rojas fueron más tarde derrotadas por el Estado democrático. Sus
líderes recibieron largas condenas y los que participaron del secuestro y
asesinato de Moro también sufrieron largas prisiones. Todos están ya en
libertad. Una pena, pero así funciona la justicia en un Estado de derecho que
no condena a nadie para siempre.
El Papa
Pablo VI escribió una carta abierta de notable factura intelectual y
emocionante sinceridad en favor de su amigo Aldo Moro. "Me dirijo a
ustedes, hombres de las Brigadas Rojas y les imploro de rodillas",
comenzaba.
Los
dirigentes de la banda terrorista parecían disponibles a cambiar la vida y la
libertad de Moro por algunos BR presos. Pero al final nada se hizo y Moro fue
sacrificado en varios altares al servicio de oscuros intereses. Los criminales
de las BR creían ser la vanguardia de la lucha antimperialista. En realidad, trabajaban para hacer felices a los poderes
ocultos que creían contrastar. Y martirizaron con una gran crueldad a un
hombre bueno e indefenso.