jueves, 31 de mayo de 2007

La política de desalojo de Piñera

Rodolfo Fortunatti

Dos preguntas son necesarias para reconocer una teoría política reformista. Primera pregunta: la crítica radical ¿lleva necesariamente a una acción política revolucionaria, o puede también conducir a la reforma? Segunda pregunta: la reforma ¿es sólo una práctica política de izquierdas, o puede ser emprendida por las derechas? El francés Robert Castel asegura que la crítica al poder y la dominación puede dar origen a una política reformista, y, como ejemplo, cita la acción de la socialdemocracia europea con sus programas de democratización dentro del sistema capitalista; un reformismo que no anula la propiedad privada ni aspira a la colectivización de los medios de producción. Afirma, asimismo Castel, que las derechas pueden ser artífices de políticas reformistas, como lo revelarían los casos de Francia y España. Ahí, como en Chile, las derechas se tornarían reformistas en la medida en que se hacen más neoliberales.

Miradas así las cosas, si Sebastián Piñera pudiera ejecutar su programa político, ello constituiría la primera experiencia histórica de reforma —que no de revolución— de derechas en Chile. Porque Piñera representa el modelo corregido, reacondicionado, reformado, heredado del régimen militar. Para verificarlo bastaría revisar los siete ejes de su programa de gobierno, dos de los cuales son pertinentes al actual debate sobre la justicia. El primero, el eje de la igualdad de oportunidades, pone de relieve la manera en que esta derecha —y no pocos concertacionistas— entiende la equidad social. En materia de empleo, sugiere más flexibilidad laboral. En salud, la libre elección de los prestadores, o sea, el subsidio a la demanda. En familia, propone la jubilación para las dueñas de casa. El segundo eje, el de la institucionalidad democrática, da clara cuenta de lo que entiende la derecha por el rol del Estado en la sociedad. Sencillamente, y sin rodeos, plantea transferir las funciones sociales a cargo del Estado, al mercado y a los privados. El quinto eje es ilustrativo de cómo esta derecha reformista hace suya la representación de las clases medias, y la defensa de las pymes. Incluso, prometiendo la drástica reducción del superávit estructural.

Lo sustantivo del programa reformista de derechas —y lo que le imprime su renovado perfil— es que busca acabar con las regulaciones democráticas impuestas por el Estado postdictatorial. Es que busca liberar aún más al mercado. Es que busca abandonar el Derecho para volver al contrato individual. Y este esencialismo, no nos equivoquemos, sólo puede desembocar en un país dividido entre triunfadores y perdedores, es decir, la lucha de clases sin atenuantes, el núcleo de la política del desalojo de Piñera.

¿Tiene visos de ocurrir? Falta tiempo aún, pero su desenlace depende de la actual política reformadora de centro-izquierda, y del programa reformista de centro-izquierda que se le oponga. Luego, ¿cuáles son las características del reformismo de centro-izquierda? Esta política, que se expresa en la Concertación, pero cuyos referentes seculares se hallan en los Estados de bienestar europeos, procura construir un consenso social entre los intereses del mercado, que son los de la ganancia y la acumulación, y los intereses de los trabajadores, que son los de la seguridad y la protección. Es consenso, y no pacto social, porque el primero ocurre en un campo de fuerzas políticas, mientras que el segundo precisa de un campo de relaciones laborales, y de una sociedad civil, con actores bien constituidos.

Contra el neoliberalismo, el reformismo de centro-izquierda postula el Estado Democrático y Social de Derecho. ¿Qué es lo medular de dicho orden político? Pues, la propiedad social, el conjunto de los derechos políticos, económicos y sociales que, en la forma de regulaciones jurídicas, el Estado debe garantizar a los no propietarios. Estos derechos —antes que una red social que evite la caída libre de los más pobres y vulnerables— construyen un nido de mínimos de seguridad social, salud, vivienda, educación, empleo, alimentación. Son por ello los derechos que elevan la ciudadanía política a la ciudadanía social.


¿Cuándo adquiere dramatismo el programa reformador de la derecha? Cuando las fuerzas de la alternativa, esto es, la izquierda extraparlamentaria y la centro-izquierda, no logran mensurar el riesgo involutivo del reformismo de derechas, e insisten en abdicar de su compromiso con las grandes mayorías.

viernes, 25 de mayo de 2007

Chile Primero: viaje al centro del individualismo

Rodolfo Fortunatti

«Chile Primero es un fenómeno ABC1», afirma Pepe Auth. ¿Lo es? ¿Es ésta la seña de identidad del movimiento encabezado por Flores, Schaulsohn y Valenzuela? ¿Es esto lo que lo define en esencia; su pertenencia a las clases ricas e ilustradas de Chile? Schaulsohn lo rebate. Argumenta que de los 800 asistentes al lanzamiento del nuevo referente, había más de 500 que no pertenecían a los estratos altos, lo que es igual a decir que 4 de cada 10 chileprimarios eran de origen socioeconómico alto. Mucho, sin duda. Mucho para un país donde 1 de cada 10 chilenos se ubica en el segmento ABC1.

Con todo, Chile Primero es más que un fenómeno de clase. Chile Primero es un brote de contracultura política. Una realidad sociológica actual en cuyo caldo espiritual confluyen todas las tendencias del proceso de individualización ocurrido en Chile en los últimos cincuenta años. Es, en este sentido, el espejo que devuelve de modo descarnado la imagen crítica de nuestra cultura política, de sus proyectos y tradiciones, de sus partidos y coaliciones, de sus liderazgos y mecenazgos.

Chile Primero representa la psicologización del quehacer político, la inmersión en el mundo íntimo del individuo, tributario, a su vez, de la nunca superada ficción del hombre autosuficiente, emprendedor, innovador, hecho a sí mismo. Y no por ello Chile Primero es neoliberal. Un economicismo del tipo neoliberal, que mercantiliza y cosifica a los seres humanos, no daría fiel cuenta de la ideología de los gestores de Chile Primero. Lo suyo es —por oposición a la cosificación capitalista, y a semejanza de su afán de lucro— la maximización del potencial humano que anida en el mundo de las emociones. Por eso, Chile Primero es la búsqueda obsesiva de la identidad. La exacerbación de la diferenciación social, del anhelo de singularidad, de la urbanización, y de la metropolización… ¡Veremos qué produce Talca!

Los chileprimarios destilan el malestar de una identidad herida. Como los judíos vieneses de fines del siglo xix, Schaulsohn construye el discurso del malditismo. La denuncia de la perversión, de las malas costumbres, y de las malas intenciones. De esta manera, Schaulsohn introduce un escalpelo en el alma de la Concertación. Inventa la ideología de la corrupción, convierte en bodrio al Transantiago, y al Estado en catastrófico. Su malestar evoca el talante de La Secesión, aquel movimiento artístico austriaco de 1898: «En sus presupuestos es sumamente aristocrático… —escribía un crítico— pero en sus efectos es democrático pues se dirige a todos los que se sienten desamparados y llevan sobre sus hombros la pesada carga de la vida cotidiana».


Chile Primero es el reflujo de los prodigiosos años sesenta que Sarkozy ha querido exorcizar. Aquellos de los jóvenes idealistas suspendidos en el espacio social. Aquellos años que regresan una y otra vez de un viaje a Oriente, como en Shiddharta, de Hermann Hesse. De la mano de una promesa mesiánica, pero siempre autorreferente, siempre recogida sobre sí misma, y siempre predestinada a una gracia superior. «Estamos interesados en un cambio de estilo de la política —confiesa Flores—. Aunque no somos el mesías, creemos que podemos hacer un aporte para que no siga la manera clásica de hacer política en Chile, donde todo se reduce a presentar candidatos, a buscar reelecciones y después a odiarse. Quienes fundamos ChilePrimero nos caracterizamos por hablar bien de frente. Es un capital que ya tenemos. Estamos interesados en la nueva cultura que va a emerger y que vamos a hacer emerger». Y, más adelante, sin pretenderlos a todos, pero convencido de reunir a los buenos, agrega: «No podemos pretender que toda la gente buena esté con nosotros; por distintas razones también está en otro lado».

Chile Primero no sería noticia si un número cada vez mayor de ciudadanos no rehuyera la actividad política, ni se retirara a cultivar su yo interior. Si un número cada vez mayor de militantes no renunciara a los partidos, ni cayera seducido por el mercado de las emociones, por los «especialistas en ti», por los que te dicen que «eres tú quien construye la realidad». Chile Primero, es la criatura nacida de la fragmentación social y política de nuestra democracia.

Hoy Chile Primero se alza con una superioridad moral que no oculta sus delirios de grandeza. Quizá mañana, cuando haya concluido el viaje al centro del individualismo, sus adeptos se debatan en la depresión y la frustración.

martes, 22 de mayo de 2007

Cuando la propaganda es política

Rodolfo Fortunatti

A horas del Mensaje Presidencial, el diario La Tercera inició una ofensiva comunicacional desde sus primeras planas y a grandes titulares. Y así, buscando un golpe de efecto, el sábado 19 comenzó su campaña con el siguiente rótulo: «Desaprobación a Bachelet (46%) supera su nivel de respaldo (40)». El domingo 20, su principal encabezado decía: «Apoyo a Bachelet en Santiago llega a 33%, contra 46% en regiones». Y el día 21: «Bachelet rinde cuenta anual en su peor momento y con énfasis en anuncios sociales».

La noticia no quedó ahí. Se difundió por todas partes en etiquetas al estilo de «La popularidad de Bachelet sigue cayendo», «Aprobación chilena Bachelet cae a peor nivel», «Chile: El rechazo a la gestión de Bachelet ya supera al respaldo», «46% la desaprueba», «Michelle Bachelet pierde apoyo popular», «La popularidad de Bachelet sigue cayendo», «Gobierno: última encuesta es llamado de atención…»

Pero, ¿cuán veraz y objetiva era la información proporcionada por el diario? Desde luego, su origen era un sondeo de opinión. Un estudio hecho por el ‘Centro de Encuestas’ de… ¡La Tercera! O sea, el mismo matutino convertido en su fuente de información, cuestión que no tendría nada de objetable si la encuesta de marras pasara satisfactoriamente los exámenes de confiabilidad y validez. Como se sabe, la prueba de la confiabilidad consiste en que los resultados del sondeo sean más o menos semejantes a los arrojados por otros estudios. La prueba de la validez consiste en que la encuesta indague realmente lo que quiere averiguar.

¿Cómo determinar cuán válida y confiable es la medición del ‘Centro de Encuestas’ de La Tercera? De entrada, hay que irse a la construcción del cuestionario, a la elaboración de las preguntas. Y aquí, la pregunta que apunta a la popularidad de la Presidenta no parece estar bien formulada. Ella dice: ¿Usted aprueba o desaprueba la gestión de Michelle Bachelet? Una interrogación más precisa habría sido la que hicieron el CEP y Adimark: ¿Usted aprueba o desaprueba la forma como Michelle Bachelet está conduciendo su gobierno? O, la del CERC: ¿Usted aprueba o no aprueba la gestión del gobierno que encabeza la Presidenta Bachelet? Seguidamente, hay que irse a la muestra. El de La Tercera es un sondeo telefónico hecho a residentes de 49 ciudades del país. En contraste, las encuestas CEP son presenciales y cubren todo el territorio, con la sola excepción de Isla de Pascua. Las encuestas CERC, a su vez, alcanzan al 70 por ciento de la población nacional a través de una muestra de 1200 casos. Hay también que ver en cuánto tiempo se hizo el trabajo. Las llamadas telefónicas de La Tercera a los encuestados, se efectuaron en 3 días. Adimark, para igual sondeo telefónico precisó 17 días.

Pero quizá donde el ‘Centro de Encuestas’ de La Tercera muestra sus mayores falencias metodológicas, sea a la hora de pasar la prueba de la confiabilidad. Digamos que cualquier observador medianamente informado compara los resultados de un sondeo de opinión con los hallazgos de otros estudios. Digamos, además, que cualquier observador medianamente informado espera que una encuesta revele las variaciones ocurridas en las opiniones de la gente. Pues bien, cuando un observador medianamente informado ve los resultados de La Tercera y los compara con los del CEP, del CERC, e incluso, con los de Adimark, no puede sino concluir que el país está sumido en la bipolaridad. Que ya no son opiniones, sino violentos cambios de estado los que lo arrastran de la euforia a la depresión, y viceversa.

Y es que hace sólo un año el ‘Centro de Encuestas’ de La Tercera le daba un 66 por ciento de aprobación a la Presidenta, y sólo un 16 por ciento de desaprobación, cuando el Cerc registraba el doble, un 32 por ciento de desaprobación. De agosto a diciembre de 2006, el ‘Centro de Encuestas’ de La Tercera hizo caer la desaprobación a la Presidenta del 37 al 24 por ciento, cuando el CEP la mantuvo estable en el 31 por ciento. No hay consistencia.

Sin embargo, ¿cuál es el valor del ‘Centro de Encuestas’ de La Tercera y, en particular, de su último trabajo? Pues, algo muy necesario para las libertades y para la vida democrática: sirve de fondo para advertir el contraste entre lo que es pura propaganda política —que esa es la lección de este fin de semana— y lo que es un buen oficio.



miércoles, 16 de mayo de 2007

¿Revolución “sarkozysta” en Chile?

Rodolfo Fortunatti

Hay quienes quisieran ver en el comportamiento de la derecha, la versión autóctona de la anunciada revolución ‘sarkozysta’. Derecha popular la llama Pérez de Arce. Popular o ‘sarkozysta’, ¿cuál es el programa, la estrategia y el modo de operar de esta derecha?

Primero, su programa —el verdadero perfil de la candidatura Piñera— entraña una ruptura con la tradición republicana, y una restauración neoliberal que se reclama más modernosa pero también más autoritaria. Es una derecha que desconfía del Estado, de la sociedad civil organizada, y de la solidaridad como principio ordenador de las relaciones sociales. Segundo, su estrategia político-electoral consiste en el empleo de medios orientados a vulnerar las alianzas de centro-izquierda, con el fin de desgajar de aquellas sus lealtades más débiles. Tercero, su estilo es la provocación permanente, sistemática y sin escrúpulos. Un talante que no duda en azuzar el descontento y la insatisfacción social, empujando el conflicto a grados inauditos de violencia.

Nada refleja mejor el carácter de esta derecha, que su comportamiento político frente al Transantiago. Tres opiniones simples, fáciles de entender y encubridoras de la realidad —como todo pensamiento Alicia—, dan cuenta de esta conducta. Desde luego, la formulada por la senadora
Evelyn Matthei, una de las cartas presidenciales de la UDI, y dueña de la mejor performance con el admirado estilo ‘sarkozysta’. ¿Cómo ha replicado a la propuesta de Frei de un Estado responsable de dar continuidad a los servicios? Lo ha hecho despreciando al Estado. Mostrándolo como una fuente de ineptitud y corrupción y, a sus funcionarios, como venales e incompetentes. Le ha bastado preguntar «a quién pondría Frei en su empresa estatal: ¿A la gente de EFE, de Chiledeportes, de los programas de empleo, a los que pavimentaron la Alameda, o a quienes hicieron contratos con sus parientes en Codelco? ¿O tal vez a quienes obtuvieron jugosas indemnizaciones al final de su gobierno?» Todo un ejemplo del programa de la derecha.

Otra pieza oratoria para el bronce, es la del presidente de la UDI, partido que ha defendido a todo evento la herencia autoritaria de las micros amarillas, y extendido el acta de defunción al actual plan. «Invitamos, emplazamos, le rogamos, díganme ustedes cómo se lo decimos al Gobierno, para que termine con Transantiago y hagamos un sistema razonable», ha dicho
Hernán Larraín. Y ha sido el ex Presidente Frei quien le ha respondido, desenmascarando de paso el angustiado grito de la derecha: «Lo único que quiere la Alianza —ha declarado el senador—, es que el Gobierno se desangre para un interés político electoral». Todo un ejemplo de la estrategia de la derecha.

En la misma línea de Larraín, aunque de un modo que no puede ser juzgado sino como una irresponsabilidad política, el senador
Pablo Longueira ha expresado que «el Transantiago fracasó porque la gente dejó de pagarlo, porque la reacción de la ciudadanía de Santiago es decir ‘a mí me transportan como animales, perfecto, pero yo no pago’. Y para ser honestos, uno siente un grado de justificación. Cuando uno escucha la humillación que siente la gente más modesta que es transportada, la verdad es que yo le encuentro razón de no pagar». Valga la reiteración: «Yo no soy y no he sido nunca un populista, nunca he sido partidario de situaciones que no son correctas, pero reconozco que cuando uno escucha la humillación de la gente más modesta, le encuentro razón en no pagar». Por cierto, la consumación del populismo es precisamente la apología de la transgresión, la invitación a violar el Estado de Derecho, que no otra cosa es lo que hace esta ideología de legitimación. Todo un ejemplo del estilo de la derecha.

Si la sensatez triunfa sobre las humillaciones; más todavía, si por su sensatez la gente se sobrepone a las humillaciones y se mantiene digna, entonces podemos estar seguros de que no se equivocará a la hora de responder las preguntas de rigor: ¿Ganará en Chile esta derecha como lo hizo en Francia? ¿Logrará gobernar Francia? ¿Dará gobierno a Chile?
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martes, 15 de mayo de 2007

La tregua democratacristiana

Rodolfo Fortunatti


La Junta Nacional de la Democracia Cristiana debe ser valorada en su mérito. ¿Cuál es éste? Pues, el haber examinado, juzgado y sancionado las distintas tesis políticas acerca de la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado. La selección de consejeros no es, en este sentido, una medida objetiva de su éxito o fracaso. Y no lo es, porque la elección de los miembros del Consejo Nacional responde a otra lógica, y ocurre en otros espacios de negociación.

Su lógica arranca de un itinerario. De hecho, comenzó en enero de este año con la elección de las mesas comunales —cuyos presidentes conforman la mayoría de la Junta—, la mitad de las cuales fueron generadas por consenso. Se trata de mesas integradas, lo cual significa que son volubles y maleables y, en consecuencia, bastante propensas al compromiso. Continuó en el mes de abril con la renovación de los presidentes regionales, que, por derecho propio, se constituyen en miembros del Consejo. Concluyó este fin de semana cuando se nominaron los últimos dieciocho integrantes de la instancia resolutiva. Literalmente, éstos se eligieron en las afueras de la asamblea deliberante: pasillos, patios interiores, comedores, cafeterías y, finalmente, mesas de votación. Por eso puede decirse que la composición del Consejo no refleja el debate que realmente se dio en la Junta, aunque se instala como la expresión más fiel del actual estado orgánico de la Democracia Cristiana, y de su sociología de las «plantillas», que es el nombre que aquí toman las transacciones de poder.


Contrario a lo declarado por
algunos, Eduardo Frei fue el verdadero artífice del voto unánime aprobado en la Junta. Fue el ex Presidente quien llamó a terminar con las descalificaciones de los grupos, a poner fin a las bancadas paralelas, y a dejar de firmar documentos transversales. Fue él quien convocó a los principales actores a deponer las armas del conflicto, y a emprender los caminos del entendimiento como única garantía de gobernabilidad y estabilidad políticas. Gracias a esta disposición, que neutralizó los arrestos más puristas y beligerantes, la Junta Nacional pudo así frustrar los intentos de proclamación de candidaturas presidenciales, e inhibir las purgas disciplinarias que las cabezas más imaginativas hubieran querido operar.

La Junta no resolvió los principales problemas de la colectividad. Sin embargo, no es menor que la asamblea se haya dado una tregua para procesarlos y zanjarlos. Como ha dicho Frei, ha pasado poco con el Quinto Congreso Nacional, pero tendrá que ser ahí donde se elabore la crisis de la Democracia Cristiana. Lo demás…, es puro
pensamiento Alicia.



jueves, 10 de mayo de 2007

El sustrato espiritual de la Concertación

Rodolfo Fortunatti

Es evidente que la Concertación necesita una política de entendimiento, acercamiento y reconciliación; si se quiere, una nueva forma de pensar. Urge en ella una aproximación a la política que valore la diversidad, fortalezca la solidaridad y estimule la colaboración. Un compromiso con determina­dos valores, derechos y deberes fundamentales o, lo que Hans Küng, aludiendo al consenso social, describe como «un fondo común que incluye valores y normas, derechos y deberes elementales, una actitud ética común».

Este consenso no debiera ser confundido con la pax romana, y sus invocaciones a la disciplina de los sometidos. Tampoco debiera parecer el llamado de atención hecho a esos otros anónimos donde acaban diluyéndose las culpas —las cúpulas, los partidos, la coalición, el modelo, o el sistema—. Debe ser tomado como lo que es: una exhortación directa y explícita a la responsabilidad individual de cada uno y, sobre todo, a la responsabilidad individual de los dirigentes. En todo caso, un pacto sujeto a reglas e instituciones.

La Concertación nació para restablecer la democracia y construir un modelo económico y social que combine crecimiento, equidad y apertura internacional (SIM, §5). Como se señala en
Los Sueños que Inspiran mi Mandato, (cf SIM, §32), el horizonte de la coalición no es una sociedad de mercado, sino una «economía al servicio de personas iguales en dignidad y en derechos». Su proyecto es una sociedad pluralista e inclusiva, y un país más protector y más competitivo (cf SIM, §7 y 14).

Su principio inspirador es la persona humana, y sus valores fundamentales son la solidaridad, la protección y el apoyo a las familias, y la reconstrucción del espíritu de comunidad (cf SIM, §15). Esto significa que «democracia y justicia social pueden convivir con crecimiento económico; que el progresismo significa libertad y derechos sociales y también individuales; que el humanismo laico y el cristiano tienen un camino convergente y no divergente, como unos pocos piensan equivocadamente» (cf SIM, §29 y 35).


Los modos aceptados para alcanzar estas metas, consisten en dialogar con la ciudadanía y en actuar con flexibilidad y pragmatismo (cf SIM, §9). Lo contrario nos expone al riesgo de ser arrastrados por la tecnocracia y sus modelos de laboratorio, o por el populismo sin solvencia técnica (cf SIM, §11).

A la luz de esta coherencia entre medios y fines de la acción política, la Concertación ha fijado como principales prioridades del
Programa de Gobierno, (PG), establecer una nueva red de protección social, dar un salto al desarrollo, mejorar la calidad de vida, combatir la discriminación y la exclusión, garantizar el buen trato a los ciudadanos, y consolidar la posición de Chile en el exterior (PG, §15).

Asimismo, la Presidenta Michelle Bachelet, en
Mensaje Presidencial, (MP), del 21 de mayo de 2006, ha precisado los cuatro pilares básicos de la agenda gubernamental. Estos son: la reforma de la educación (SIM, §18; MP, §39; PG, c1), la reforma previsional (SIM, §19; MP, §31; PG, c1), la calidad de la vivienda y del habitat urbano (SIM, §20; MP, §79; PG, c3), y la promoción y consolidación de la pequeña y mediana empresa (SIM, §21 y 22; MP, §56; PG, c2).

Por último, también la Concertación y la Presidenta Bachelet han propuesto cambios en las formas de gobernar. Estos son: la promoción de la
paridad de géneros (SIM, §25; PG, c5), la incorporación de las nuevas generaciones (SIM, §26; c1), y el desarrollo de la participación ciudadana (SIM, §27 y 28; PG, c4).

Este es el espíritu que da coherencia y proyección a la coalición, al programa y al liderazgo. Esto lo que quedará en la memoria del país aún después de ser gobierno.




miércoles, 9 de mayo de 2007

El precio de la pureza

Rodolfo Fortunatti

Como van las cosas —con la renuncia de Pablo Longueira a ser abanderado presidencial de la UDI—, lo más probable es que el candidato único de la derecha el 2009 sea quien hoy concita la mayor adhesión de dicho sector: el empresario Sebastián Piñera. Si, por otra parte, se cumplen las pretensiones de algunos, como Pérez y Pizarro, de que la Concertación postule al menos dos candidatos, un democratacristiano y un socialdemócrata. Y si a ello se suma que el liderazgo mejor posicionado del bloque PPD/PS/PR es el que ostenta el ex Presidente Ricardo Lagos, entonces, la principal medición de fuerzas debería darse entre Lagos y Piñera. Lagos, en una Concertación a dos bandas, y Piñera, alineando por segunda y exitosa vez a la Alianza.

En tales circunstancias, quien pagaría el mayor costo electoral y parlamentario sería la Democracia Cristiana, cuyo candidato cargaría con la responsabilidad de la derrota, por su renuencia a respaldar la opción concertacionista más aventajada. Aquel democratacristiano jugaría así el papel del centrista francés François Bayrou que, a más de haber llegado tercero, no logró inhibir el triunfo del conservador Nicolas Sarkozy, y contribuyó de paso a la división de la izquierda.

Si para la Concertación la victoria de Piñera representa su fin, para la Democracia Cristiana entraña la coronación de su crisis interna, esto es, su fatal ruptura. Cuando llegue esa hora, y la crónica de
Andrés Zaldívar es su anunciación —no es la primera vez que las campanas doblan por el partido—, unos se mantendrán fieles a la tradición de la falange, y pasarán dignamente a la Oposición, mientras que otros la abandonarán para asumir cargos de Gobierno y para ensanchar las filas del nuevo centro político, como engañosamente querrá presentarse a sí misma esta derecha. Después, sobrevendrán las culpas y recriminaciones que, para entonces, habrán perdido importancia ante un escenario enteramente distinto al actual.

Pero, aun cuando la Democracia Cristiana no confrontara a sus socios de coalición, aun cuando no levantara candidato presidencial, y aun cuando se allanara a respaldar la fórmula patrocinada por el PS/PPD/ PR, igual tendría que asegurar su presencia electoral, parlamentaria y gubernamental. En todo caso, tendría que mantener o aumentar su caudal de votos, lo cual le exigiría reconquistar la confianza de la ciudadanía. Y esto, claro, sólo se consigue con liderazgo y unidad, atributos que, hoy por hoy, le son bastante esquivos a la tienda.

Difícil trance el de la Democracia Cristiana. Nos recuerda el que transcurre en
El Perfume, del germano Patrick Süskind, novela publicada en 1985 y, años más tarde, llevada al cine por el director Tom Tykwer. Habría inspirado también la música de Rammstein —Du riechst so gut / Hueles tan bien— y del grupo gótico Moonspell, en Herr Spiegelmann. El perfume narra la historia de un hombre dotado por el especial don del olfato. Podía percibir los olores a kilómetros de distancia, aunque él no exhalaba ninguno. Esta facultad lo llevó a practicar el arte de la destilación y a obsesionarse en hallar las trece esencias que componían el perfume de la pasión. Cuando al fin descubrió la fragancia, fue tal la atracción que despertó en la multitud, que su cuerpo acabó devorado por ella.

La intolerancia al consenso, y la obsesión por las identidades químicamente puras, pueden derivar en la negación de todo interés común, y no necesariamente asegurar el perfil propio.







martes, 8 de mayo de 2007

¿Qué une a la Democracia Cristiana?

Rodolfo Fortunatti


Los partidos políticos pueden distinguirse según su antigüedad, y según organizan sus intereses siguiendo liderazgos colectivos o personales. En todo caso, los partidos admiten estas distinciones sólo porque ellas son reflejo de sus tendencias internas; estas que canalizan la voluntad colectiva y aseguran la continuidad de la vida política.

Las distintas sensibilidades de la Democracia Cristiana están constituídas por militantes que comparten lealtades recíprocas acerca de su historia, sus empatías generacionales y sus intereses comunes. Con mayor o menor nitidez, estas tendencias expresan los diversos modos en que se construye la política al interior del partido.

Tales alineamientos internos comportan nociones estratégicas, estilos de hacer política, y normas compartidas: ¿cómo lograr el objetivo? ¿De qué modo? ¿Observando qué reglas? Y todas ellas dan cuenta del sustrato espiritual de la colectividad, así como de aquellas ideas, creencias y métodos predominantes. Así pues, cuanto más permeables dichas corrientes, más propensas son al consenso. Por el contrario, cuanto más infranqueables, más renuentes son a la concesión y al acuerdo.

Las corrientes del partido se manifiestan a través de las opiniones, los discursos y las tesis políticas de sus miembros. De esta manera, en La disyuntiva podría reconocerse a una de las tradiciones más prístinas de la falange. Aquella que se templó en los tiempos de las sociedades organizadas y movilizadas. La que dio origen al partido de masas. La que nació con el movimiento campesino, sindical y poblacional. Y que coincidió con las señas de identidad más fuertes de la Democracia Cristiana, como las que le imprimió el gobierno de Eduardo Frei Montalva. Ahí también anidan las limitaciones de esta sensibilidad. Su dificultad para asimilar las demandas de los nuevos actores sociales, y para transferir liderazgo sin los riesgos del sectarismo, el elitismo o el autoritarismo.

Nadie podría negar la antigua gravitación de otro referente colectivo, la escuela aylwiniana, según el eufemismo de Gutenberg Martínez, que Edmundo Pérez se encargará de traducir con fidelidad. Una tradición creada y prolongada al alero de la fuerte personalidad de Patricio Aylwin. Su latencia pública ya supera las cuatro décadas, desde Allende a Bachelet. Y sus rasgos característicos son la apelación al principio de autoridad, la invocación del orden, y la persuación disciplinaria que, cuando no arranca de la norma escrita, se aplica fácticamente según las necesidades del ejercicio del poder. Junto a esta impronta personalista, se revelan asimismo sus principales falencias: incapacidad para generar propuestas políticas de largo plazo, y para provocar la amplia integración.

Surgida durante la transición democrática, y distanciada del partido de masas, así como del culto a la personalidad, se abre paso la vertiente más renovada del partido. La que hoy recluta a sus elementos más jóvenes. Posee liderazgos bien formados y capacidad de convocatoria. Por extensión, muestra facilidades para dialogar con los actores sociales emergentes, y con las nuevas demandas de la sociedad civil. Sin embargo, su mayor debilidad se advierte a la hora de medir los grados de cohesión de sus representantes. En ellos se echa de menos un sistema normativo que fije deberes y derechos. También falta una administración más eficiente. Por último, aún sigue pendiente el desafío de una estructuración orgánica más fluída.

Adolfo Zaldívar da su nombre al cuarto tipo de corriente interna, una cuyos orígenes se remontan hacia finales de los años ochenta. Su mayor éxito estriba en haber elaborado un discurso muy atractivo, y que revela gran sintonía con las aspiraciones de la gente. Tiene un problema. El neo capitalismo popular postulado por el senador — ¡Sereis todos propietarios!—, no es separable de sus cualidades personales. Difícilmente puede ser concebido como un programa político que trasciende a su persona. Como difícilmente su sector podría darse normas distintas de aquellas que lo constituyen en una fracción divorciada y autónoma del resto. La experiencia latinoamericana demuestra que, por lo general, tales formaciones sobreviven mientras permanecen en el poder.

Todas estas corrientes son tributarias del Partido Demócrata Cristiano. Pueden destruir el consenso mínimo que las reconoce como tales corrientes, o, en un acto suicida, abandonarse a la nada, que no otra cosa significa ser arrastrados por la crisis.



jueves, 3 de mayo de 2007

El Suicidio

Rodolfo Fortunatti


¿Qué lleva a una coalición a desear su fin? ¿Cuáles son las principales motivaciones que la empujan a su autodestrucción? ¿Son semejantes las justificaciones de unos y otros para el suicidio político? Y, en su revés, quienes luchan por la vida, ¿comparten el mismo sentido de sus luchas? ¿Dan todo de sí por la preservación?

Destilando y conservando sólo su pureza, la causa esencial de la propensión letal es la pérdida de identidad, de cohesión y de reconocimiento de los miembros de una colectividad. Así, cuanto menor es el sentimiento de un «nosotros», más desintegrado es el «yo» que adhiere a esa identidad común. Cuanto más frágiles son los lazos políticos, mayor es el recogimiento hacia la propia individualidad. Cuanto mayor es el ostracismo, más amenazadores aparecen los demás, que ahora son vistos como «los otros».

Sin embargo, aunque tengan un origen común, las razones para matarse, sui caedĕre, pueden ser muy diferentes. El suicidio altruista, como se desprende de la Carta de Ominami a Escalona, entraña una renuncia a favor de otros, esto es, a favor de una fuerza de izquierda situada a la vanguardia y con capacidad para introducir rectificaciones. El suicidio anómico —originado en la ira y la decepción—, y nunca mejor expuesto por Cortés Terzi, reaparece en períodos de inestabilidad o desintegración aparentes; si se prefiere, de fase terminal, como cuando la ceremonia del adiós. El suicidio egoísta, caracterizado por Chile Primero, es la manifestación más nítida del que se siente totalmente libre de las coacciones colectivas para emprender la acción autodestructora. Por último, el suicidio fatalista surge ahí donde las condiciones políticas se advierten tan rígidas, y tan difíciles de sortear, que el sacrificio colectivo, tal y cual lo relata Adolfo Zaldívar, asoma como la única salida.

Emile Durkheim escribió
El Suicidio el año 1897, cuando observó cierta correlación entre las altas tasas de suicidio y el individualismo, la secularización y el abandono de los lazos de solidaridad y comunidad de las sociedades modernas.

Lo mismo que en sociología, en política las tendencias fraccionalistas, rupturistas y disolutorias, se muestran fuertemente asociadas, y se reproducen, por la pérdida de voluntad, de visión y misión comunes en la Concertación. Son el Tánatos de la coalición. La representación de la muerte no violenta, pero espantosamente oscura.




miércoles, 2 de mayo de 2007

Verdad y Realismo Cínico

Rodolfo Fortunatti

«Pero en política —escribe Ascanio Cavallolo antitético no siempre es incoherente».

¿A qué se refiere con esto Cavallo? Lo que el periodista afirma es que en la actividad política, a diferencia de la lógica, puede haber coherencia entre dos posiciones contrarias. Da ejemplos de su canon moral: Andrés Allamand y Pablo Longueira pueden actuar como malos, para que su socio de pacto, Sebastían Piñera, se luzca como bueno; Allamand y Longueira pueden vestirse de oscuro y sombrío pesimismo, para que Piñera brille como el optimista señor de las luces; Allamand y Longueira pueden actuar como guerreros, para que Piñera se transfigure en Gandhi, el pacifista. Y así, si cada cual interpreta su contradictorio rol, todos acabarán instalándose en La Moneda. «No es una mala repartición de funciones», concluye el analista, admitiendo no sólo que el tema envuelve opciones éticas, sino añadiendo que actuar de este modo paradójico no es malo, sino, incluso, coherente.


Pero ¿qué es la coherencia? Antes que nada, la coherencia es una actitud lógica. Se espera que los juicios racionales se organicen al menos conforme a las tres leyes del pensamiento: el principio de identidad (si algo es A, es A); el principio de contradicción (nada puede ser al mismo tiempo A y no A); y el principio del tercero excluido (todo debe ser A o no A). Dicho de otro modo: si Allamand, Longueira y Piñera militan en la UDI y RN, luego, los tres no pueden ser sino de derechas; si la UDI y RN son de oposición, ergo, Allamand, Longueira y Piñera no pueden ser de gobierno; si Allamand, Longueira y Piñera son de derechas, y si el candidato de la oposición es Piñera, entonces, Piñera no puede ser sino el candidato de Allamand y Longueira. Por cierto que aquí hablamos sólo de la coherencia lógica necesaria para validar o falsear una hipótesis. Otra cosa es la que ocurre con las preferencias reales de Allamand y Longueira, momento en el cual entramos al plano de la coherencia política.

La coherencia política es una actitud consecuente. Quien actúa debe mostrar en su actuación correspondencia lógica con los principios que profesa. Quien actúa, sobre todo en la vida democrática, debe dar razones de sus actos. Debe demostrar que sabe organizar sus pensamientos y, además, debe demostrar que sabe justificar sus actos ante los demás. De ahí arranca su legitimidad. De ahí su autoridad y respeto. Por eso, en Teología Para La Postmodernidad, Hans Küng, afirma con elocuente lucidez que «las dimensiones de lo verdadero (“verum”) y lo bueno (“bonum”), del sentido y los valores, se implican mutuamente, y la cuestión (más teórica) de la verdad y sentido es también una cuestión (más práctica) de bondad y valores». Y para borrar la menor sombra de duda, Küng remacha: ¡Un verdadero cristiano es el buen cristiano!»

Si en lógica formal es un disparate enmascarar el principio de contradicción, en política, eso es aún más grave, pues entraña demagogia y manipulación de las conciencias. Todo lo que en su tiempo
Hannah Arendt desnudó y reflexionó de las actividades del Pentágono. Actuar con doble estándar significa ocultar la mentira y el engaño bajo el velo del realismo cínico. Este realismo que justifica cualquier comportamiento político, siempre que la mano izquierda ignore lo que hace la mano derecha. El caso es que no tenemos derecho a olvidar que así han empezado todas las formas de degradación del orden político. Y así han acabado envilecidas las relaciones más nobles y altruistas entre las personas.